¿Qué pasa cuando alguien se atreve a vivir según su conciencia y no según la multitud?
La canción La mala reputación, del cantautor anarquista Georges Brassens, sigue siendo hoy un himno atemporal para quienes no encajan, no quieren encajar o simplemente eligen caminar fuera del rebaño.
Más allá de la ironía y el humor, esta pequeña obra maestra musical encierra una profunda reflexión sobre la libertad individual, el conformismo social y la moral impuesta por las mayorías. A través de la historia de un “villano vil” —como lo llama el pueblo al final de la canción— se esconde una de las críticas más certeras a la moral dominante.
Analizamos la letra de la canción desde un punto de vista filosófico.
Video de la canción subtitulado : La mala reputación - Georges Brassens
Letra de la canción : La mala reputación
En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación
Haga lo que haga es igual
Todo lo consideran mal
Yo no pienso pues hacer ningún daño
Queriendo vivir fuera del rebaño
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos, todos me miran mal
Salvo los ciegos, es natural
Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual
Que la música militar
Nunca me supo levantar
En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos me muestran con el dedo
Salvo los mancos, quiero y no puedo
Si en la calle corre un ladrón
Y a la zaga va un ricachón
Zancadilla pongo al señor
Y aplastado el perseguidor
Eso sí, que sí, que será una lata
Siempre tengo yo que meter la pata
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos tras de mí a correr
Salvo los cojos, es de creer
No hace falta saber latín
Yo ya sé cuál será mi fin
En el pueblo se empieza a oír
"Muerte, muerte al villano vil"
Yo no pienso, pues, armar ningún ruido
Porque no va a Roma el camino mío
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
No, a la gente no gusta que
Uno tenga su propia fe
Todos, todos me miran mal
Salvo los ciegos, es natural
Brassens (versión en español de Pierre Pascal)
Una canción, una declaración de principios
Brassens canta desde la voz de un marginado. No de alguien agresivo ni revolucionario con armas, sino de un sujeto pacífico, que simplemente se rehúsa a seguir la norma sin pensarla. En su pueblo, cada gesto suyo —por inocente o ético que sea— se ve mal. ¿El motivo? No actúa como el resto.
“No, a la gente no gusta que uno tenga su propia fe”
Esta frase se repite como estribillo. Y ahí está el centro de todo: el problema no es qué hace el protagonista, sino el simple hecho de que lo hace por cuenta propia.
Rebeldía filosófica y desobediencia civil
Si tomamos esta canción como punto de partida filosófico, podríamos decir que el protagonista encarna la figura del cínico griego, como Diógenes, que se atrevía a vivir según la naturaleza y no según la ciudad. O quizás, más modernamente, representa al individuo que practica la desobediencia civil, como Thoreau, que se niega a participar de una estructura social que considera injusta.
En vez de alistarse en la “fiesta nacional”, el protagonista se queda en la cama. Y ante una persecución injusta (cuando un rico corre a un ladrón), pone la zancadilla al poderoso. Brassens no canta para héroes, canta para los que se equivocan, los que incomodan, los que no se callan.
Ver, pensar y actuar por uno mismo
Brassens parece advertirnos sobre una verdad incómoda: el rebaño no tolera al que piensa por sí solo. La canción repite, con sarcasmo, que “todos me miran mal, salvo los ciegos” o que “todos me señalan, salvo los mancos”.
Esta forma de decirnos que todos participan de la condena social, excepto los que no pueden hacerlo físicamente, es una crítica punzante a la cultura de la vigilancia social, donde lo diferente es rápidamente penalizado.
Es, de algún modo, lo que hoy llamaríamos una forma de “cancelación”, donde ser distinto ya es razón suficiente para la condena pública.
Una ética de lo común desde la disidencia
Sin embargo, no se trata solo de una queja individual. Brassens sugiere algo más profundo: hay una ética alternativa, una solidaridad invisible que se teje entre los “desencajados”. En su negativa a participar de la fiesta nacional o aplaudir la música militar, hay un llamado a resistir sin violencia, a través de la coherencia personal y la ironía.
Al negarse a seguir al abanderado, el protagonista de la canción se niega a seguir a cualquier autoridad sin cuestionarla. Aquí vemos un principio profundamente libertario, y a la vez, solidario. El gesto de frenar al ricachón no es por maldad, sino por justicia: defender al más débil. Eso también es “cultura de lo común”.
Humor como forma de resistencia
Una de las herramientas más poderosas que tiene Brassens es el humor. Frente a la moral rígida, responde con ironía. Frente al castigo social, canta con ligereza. Su rebeldía no grita ni insulta: sonríe.
En esto se parece mucho al pensamiento de Albert Camus, cuando decía que “el único modo de lidiar con un mundo sin libertad es ser tan absolutamente libre que tu propia existencia sea un acto de rebelión”.
Brassens hace precisamente eso: vive como quiere, canta lo que piensa, y transforma su vida en una provocación amable. Su canción es una filosofía vestida de melodía, una enseñanza sobre cómo ser libre sin hacer daño, y cómo ser fiel a uno mismo aunque eso tenga un precio.
¿Por qué sigue vigente esta canción?
Porque seguimos viviendo en sociedades que castigan al que no se adapta. Porque todavía hay fiestas obligatorias, himnos que suenan fuerte, y leyes invisibles que te dicen qué pensar, cómo actuar, cómo vestirte. Porque la presión del grupo sigue existiendo, y porque sigue haciendo falta el valor de decir: no, gracias. Yo no voy por ahí.
La mala reputación no es solo una canción. Es una invitación a pensar, a vivir con dignidad, a mantener una ética sin aplausos. Y sobre todo, es una declaración poética y política de libertad y anarquía.