martes, 24 de junio de 2025

¿Obedecer o pensar? El experimento que reveló el lado oscuro de la obediencia

¿Alguna vez harías daño a otra persona solo porque alguien con autoridad te lo pide?

Podrías pensar que no. Que tú nunca. Que jamás permitirías que una orden anule tu criterio. Pero un experimento famoso en la historia de la psicología demuestra que, en realidad, muchos de nosotros podríamos actuar de manera muy distinta a lo que creemos…

Esta historia de medicina y psicología no trata de monstruos, ni de criminales. Trata de personas comunes. Como tú. Como yo.

El experimento de Milgram

El experimento de Milgram: cuando la obediencia supera la moral

En los años 60, en la Universidad de Yale (EE.UU.), el psicólogo Stanley Milgram diseñó un experimento que cambiaría para siempre nuestra comprensión de la obediencia y el poder de la autoridad.

Su pregunta era sencilla:

¿Hasta qué punto una persona común está dispuesta a lastimar a otra solo porque una figura de autoridad se lo ordena?

Para investigar esto, ideó una puesta en escena que parecía un estudio sobre la memoria y el aprendizaje. Los voluntarios creían que estaban ayudando a investigar cómo el castigo afecta el proceso de aprendizaje. Pero en realidad, el experimento tenía otro objetivo: observar hasta dónde estaban dispuestos a llegar al obedecer una orden, incluso si eso implicaba dañar a otro ser humano.

Así funcionaba la prueba

A cada participante se le asignaba el rol de “evaluador”. Del otro lado de una pared, un “evaluado” (que en realidad era un actor cómplice del experimento) respondía preguntas. Por cada error que cometía, el evaluador debía aplicarle una descarga eléctrica mediante una máquina que simulaba enviar corrientes desde 15 hasta 450 voltios.

En realidad, nadie recibía una descarga. Pero el evaluador no lo sabía. Desde la otra sala, el actor fingía sentir dolor, gritaba, suplicaba, golpeaba la pared… incluso llegaba a quedarse en silencio, simulando haber perdido el conocimiento.

Mientras tanto, un investigador con bata blanca —la autoridad— estaba presente junto al evaluador. Si este dudaba, simplemente le decía frases como:

“Por favor, continúe.”

“Es esencial que siga.”

“El experimento requiere que lo haga.”

Lo más impactante: más del 60% de los participantes llegaron hasta el final, aplicando lo que creían era una descarga de 450 voltios.

Pero… ¿por qué lo hacían?

Muchos voluntarios mostraban signos de angustia. Se reían nerviosamente, sudaban, temblaban, dudaban… Algunos lloraban. Aun así, seguían adelante.

¿Por qué?

Porque una figura de autoridad se los pedía. Porque creían que no era su responsabilidad directa. Porque estaban en un contexto que legitimaba sus acciones.

Milgram seleccionó cuidadosamente a los participantes: eran personas comunes, sin historial de problemas psicológicos. Obreros, empleados, maestros. Gente con distintos niveles educativos, pero sin tendencias violentas.

Antes de llevar a cabo el experimento, Milgram consultó a varios psicólogos qué porcentaje de personas pensaban que llegarían hasta el final. La mayoría respondió que entre un 1% y un 5%. Nadie imaginó que sería la mayoría.

¿Qué nos dice esto sobre la naturaleza humana?

El experimento de Milgram mostró algo inquietante: muchas personas están dispuestas a actuar en contra de su conciencia si una autoridad se los ordena.

Y esto va más allá de un laboratorio. ¿Cuántas veces en la historia hemos visto atrocidades cometidas bajo la excusa de “solo obedecía órdenes”? Desde genocidios hasta abusos laborales, pasando por discriminaciones institucionalizadas… La obediencia sin reflexión ha sido cómplice de muchas injusticias.

Este estudio no prueba que la humanidad sea inherentemente malvada. Pero sí demuestra lo fácil que es desactivar el pensamiento crítico cuando una figura de poder está presente.

Obedecer, ¿siempre es lo correcto?

En filosofía moral, esta pregunta atraviesa múltiples corrientes. Desde Kant hasta Hannah Arendt, pensadores han debatido sobre la responsabilidad individual frente a normas o mandatos. La filósofa alemana Arendt, por ejemplo, analizó en los juicios de Nuremberg cómo personas aparentemente normales cometieron crímenes horrendos, escudándose en que “solo cumplían órdenes”. Ella llamó a esto “la banalidad del mal”.

La lección es clara: la autoridad no siempre tiene razón, y la moral personal no puede ceder ante el poder sin cuestionamiento.

¿Y tú? ¿Hasta dónde llegarías?

Lo más inquietante del experimento de Milgram no es lo que otros hicieron, sino la posibilidad de que tú también lo harías. En un entorno controlado, con presión y legitimación, todos podemos actuar en contra de nuestros principios sin darnos cuenta.

La reflexión filosófica que nos deja es profunda:

¿Qué valores son innegociables para ti? ¿Qué harías si alguien te pide ir en contra de ellos?

Porque al final, la verdadera libertad no está en hacer lo que se nos dice… sino en pensar antes de obedecer.

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