¿Qué mueve a un ser humano a seguir tocando música cuando la muerte es inminente?
La historia de los músicos del Titanic no solo es trágica y conmovedora, también es profundamente filosófica. Mientras el caos reinaba y el océano reclamaba su lugar, ocho hombres tomaron sus instrumentos y decidieron no huir. Tocaron música instrumental. Tocaron hasta que el agua se los llevó.
Pero lo que hicieron no fue simple heroísmo. Fue una forma de estoicismo en su estado más puro.
El Titanic, la noche más oscura
Era la madrugada del 15 de abril de 1912. El Titanic, considerado en su momento una maravilla tecnológica, había chocado contra un iceberg. El barco, que debía ser insumergible, comenzó a hundirse lentamente.
Entre los gritos, la desesperación y el sonido metálico de los compartimentos que colapsaban, Wallace Hartley —el violinista principal— reunió a sus siete compañeros. No tenían chalecos salvavidas, no pensaban correr. Se ubicaron primero en la entrada de primera clase, y más tarde, en la cubierta de botes.
¿Qué hicieron? Tocaron música.
El poder de la serenidad frente al abismo
Los músicos interpretaron marchas, valses, ragtime... no para entretener, sino para calmar. Tocaban mientras los botes salvavidas se llenaban, mientras las familias se despedían, mientras el frío del Atlántico se filtraba en la estructura del navío.
La música cumplía una función espiritual: contener el miedo de los demás. Y también, quizás, el propio.
Ese gesto —elegir la calma sobre el pánico, el deber sobre la autopreservación— es profundamente estoico. Como si hubieran seguido el consejo del filósofo Epicteto, quien escribió: “No está en tu poder evitar la muerte, pero sí morir con dignidad”.
¿Qué es el estoicismo?
El estoicismo es una escuela filosófica nacida en la Antigua Grecia, cuyos representantes —como Zenón, Séneca, Epicteto o Marco Aurelio— defendían una vida guiada por la virtud, la razón y la aceptación del destino.
Para los estoicos, no podemos controlar lo que sucede fuera de nosotros: la muerte, el dolor, la injusticia. Pero sí podemos controlar cómo respondemos a esas cosas.
Ser estoico no es ser frío o indiferente. Es tener el coraje de vivir (y morir) según nuestros principios. Es no traicionarnos, incluso cuando todo se derrumba.
Música frente al naufragio: un acto de filosofía viva
Hartley y su banda no pronunciaron discursos. No citaron a Séneca. No dejaron manifiestos escritos. Pero actuaron como verdaderos sabios estoicos: se enfrentaron a la muerte con serenidad, con propósito, y sin rencor.
A las 2:10 a.m., con el barco ya inclinado en ángulo, Wallace Hartley decide que el concierto ha terminado. Pero nadie se mueve. Los músicos siguen tocando. Según los testimonios de algunos sobrevivientes, lo último que se oyó fue un himno religioso: "Nearer, My God, to Thee", interpretado a oscuras, con las manos heladas y el agua subiendo.
El violín de Hartley fue encontrado días después, flotando cerca de su cuerpo, que yacía en el mar. Se convirtió en símbolo de coraje, pero también de entrega, de sentido. No tocó por fama. Tocó porque creía que eso era lo correcto.
El legado del silencio y la música
Muchos años después, el gesto de estos músicos sigue resonando. Nos recuerda que incluso en medio de la tragedia hay lugar para la belleza, para la templanza, para la virtud. Tocaron sin esperanza de ser rescatados. Tocaron sin público que pudiera aplaudirlos.
En un mundo que valora tanto la supervivencia, la eficiencia, el éxito personal, ellos nos recuerdan otra forma de vivir (y morir): con principios. Con dignidad. Con estoicismo.
¿Y si el Titanic eres tú?
Cada uno de nosotros, en algún momento, se enfrentará a una situación límite: una pérdida, una enfermedad, un miedo profundo. El barco se hunde, y no hay escapatoria.
¿Qué vas a hacer entonces?
Tal vez no puedas evitar el naufragio, pero puedes elegir cómo atravesarlo. Puedes gritar o puedes tocar. Puedes correr o puedes estar presente. Puedes desesperarte o puedes, como Hartley y sus músicos, ser un faro de serenidad para los demás.
Eso —y no otra cosa— es la verdadera filosofía.
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