En un mundo acelerado donde la productividad, la inmediatez y la tecnología dictan las reglas del juego, la filosofía parece haber quedado relegada a un segundo plano. ¿Quién se detiene hoy a pensar por qué hace lo que hace? ¿A cuestionar las estructuras que lo rodean? ¿A preguntarse por el sentido último de las cosas?
La respuesta, por desgracia, es: muy pocos. Pero ahí está precisamente el problema.
Desde siempre, la filosofía ha sido la brújula de la educación. No solo por su aporte al conocimiento, sino porque forma personas capaces de pensar, cuestionar y construir criterio propio. La educación sin filosofía es como una brújula sin aguja: avanza, sí, pero sin rumbo claro.
¿Por qué la filosofía es fundamental en la educación hoy?
La filosofía es, ante todo, una herramienta para entender el mundo y a nosotros mismos. No es una asignatura más del currículo, sino la base que permite que todas las demás tengan sentido. Enseña a pensar antes de actuar, a cuestionar antes de obedecer, a dudar antes de aceptar.
La educación moderna enfrenta desafíos sin precedentes: desinformación, polarización, crisis ambiental, avances tecnológicos disruptivos, deshumanización. En ese escenario, la filosofía no solo es importante: es indispensable.
La filosofía siempre ha tenido una importancia fundamental en la educación a lo largo de la historia de la humanidad, pero últimamente, tiende a ir desapareciendo disimuladamente.
Y eso es justamente lo que pone en riesgo el futuro de una sociedad crítica y libre.
Pensamiento crítico: el valor más urgente de nuestra época
La filosofía enseña a pensar críticamente, a no tragar entero, a argumentar con lógica y ética. En una era de redes sociales, fake news y algoritmos que moldean nuestra percepción, el pensamiento crítico es más urgente que nunca.
Este valor, promovido históricamente por la filosofía, es la base de cualquier educación que aspire a formar ciudadanos libres y responsables. No basta con saber operar tecnología o memorizar datos; hay que saber interpretarlos, darles sentido y evaluar sus implicancias éticas y sociales.
Quizás porque al status quo no le convenga ciudadanos con pensamiento crítico que cuestionen el sistema, o quizás porque un mundo que necesita más consumidores y trabajadores no lo consideran práctico, sino más bien una pérdida de tiempo.
Y no podrías tener más razón. La filosofía molesta al poder porque enseña a hacer preguntas incómodas. Y eso, en tiempos donde lo que más se premia es la obediencia disfrazada de eficiencia, es visto como un problema.
Una materia en peligro: ¿por qué se está desplazando la filosofía?
La desaparición progresiva de la filosofía de los planes de estudio no es casual. En muchos países ha dejado de ser obligatoria, y en otros solo sobrevive gracias a la lucha de docentes comprometidos.
¿Por qué ocurre esto?
- Porque no produce resultados cuantificables “rápidos”: no se puede medir el pensamiento profundo con exámenes tipo test.
- Porque no encaja en la lógica del mercado laboral: no forma “mano de obra”, sino conciencia.
- Porque promueve la crítica: y eso siempre incomoda a las estructuras establecidas.
Cualquiera sea el caso, son los docentes quienes dan la batalla en el aula y deben inspirar a sus alumnos a encender esa curiosidad que se va perdiendo con el tiempo y mantener la llama viva del amor por el saber.
Esa batalla es silenciosa, pero vital. Cada clase de filosofía es un acto de resistencia.
El rol del docente: encender la chispa del saber
El docente de filosofía no es solo un transmisor de contenidos, es un provocador de pensamiento. En un mundo que te pide respuestas rápidas, él enseña a hacer preguntas lentas. En un sistema que premia la obediencia, él fomenta la duda.
El aula, entonces, se convierte en un espacio de libertad. Ahí donde todo el entorno grita “produce”, la filosofía susurra “piensa”. Y en ese susurro, a veces, un alumno despierta.
Tú lo has dicho con fuerza y claridad: el docente es quien mantiene viva la llama del amor por el saber. Sin ellos, la filosofía desaparecería completamente del sistema educativo. Con ellos, aún hay esperanza.
Filosofía como herramienta de transformación social
La filosofía no solo transforma al individuo, también transforma a la sociedad. Una población que piensa es una población difícil de manipular. Por eso, en muchos regímenes totalitarios, la filosofía ha sido censurada o ridiculizada.
Una educación filosófica nos permite imaginar nuevos mundos posibles, desafiar el statu quo y actuar con sentido ético. La democracia se fortalece cuando los ciudadanos saben razonar, argumentar y dialogar. La filosofía enseña todo eso.
¿Queremos sociedades más justas? Entonces no necesitamos menos filosofía. Necesitamos más.
Educar para cuestionar: la clave de una ciudadanía consciente
La educación moderna no debe limitarse a transmitir conocimientos técnicos. Su verdadero propósito es formar ciudadanos conscientes, éticos y críticos. Y eso solo es posible si hay filosofía en las aulas.
Hoy más que nunca, educar implica enseñar a cuestionar lo establecido, a pensar en el bien común, a mirar el mundo con otros ojos. El filósofo es, por definición, un buscador de sentido. Y formar personas que busquen sentido en lugar de repetir mecánicamente lo aprendido es una revolución en sí misma.
La filosofía no debe desaparecer, porque el pensamiento crítico es resistencia y libertad. Los docentes deben encender esa curiosidad que se va perdiendo con el tiempo a medida que vamos creciendo y los tiempos parecen acortarse demasiado como para hacerte un rato para preguntas fundamentales.
Conclusión: Defender la filosofía es defender el futuro
La importancia de la filosofía en la educación hoy en día no es menor, es esencial. No solo por lo que aporta al estudiante como individuo, sino por lo que genera en la sociedad: conciencia, pensamiento crítico, libertad.
Eliminarla o relegarla es un error histórico. Pero aún hay tiempo para revertirlo. Mientras existan docentes comprometidos, estudiantes curiosos y ciudadanos que se nieguen a dejar de pensar, la filosofía seguirá viva.
Defender la filosofía es defender el derecho a pensar. Y eso, en estos tiempos, es quizás el acto más revolucionario que existe.
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