lunes, 9 de junio de 2025

El Árbol Gigante Caído: Filosofía, Naturaleza y el Costo del Progreso

Sobre un Tocón Gigante: El Progreso que Olvida sus Raíces

Una imagen poderosa que cuestiona nuestra idea de civilización

En el año 1899, en lo profundo de la Sierra Nevada, Estados Unidos, una fotografía fue tomada que aún hoy nos interpela. La imagen muestra a un grupo de personas de pie sobre el gigantesco tocón de un árbol talado, muy probablemente una secuoya gigante. Este coloso de la naturaleza, que tardó siglos en crecer, fue derribado en cuestión de días. En su momento, la escena fue celebrada como un triunfo humano: la conquista de la naturaleza, el avance de la industria maderera, el símbolo del progreso moderno.

Pero hoy, más de un siglo después, esa misma imagen nos genera una sensación muy distinta: inquietud, tristeza y reflexión. ¿Qué nos dice esta fotografía desde una mirada filosófica y ecológica? ¿Qué nos revela sobre nuestra relación con el planeta, los árboles y plantas y con nuestras propias raíces?

Árboles milenarios: más que madera, historia viva

Ese árbol no era solo un recurso económico. Era un testigo del tiempo, una forma de vida que había crecido lentamente, en armonía con el entorno, durante cientos o incluso miles de años. Las secuoyas gigantes, propias de ciertas regiones de California, pueden vivir más de 3.000 años. Son verdaderos guardianes de la Tierra, almacenando carbono, purificando el aire, dando refugio a innumerables especies y sosteniendo el equilibrio de ecosistemas enteros.

Talarlos por “progreso” revela una visión del mundo que separa al ser humano de la naturaleza. Y eso es, precisamente, el problema. Olvidamos nuestras raíces.

El “progreso” como olvido del ser

El filósofo Martin Heidegger habló del “olvido del Ser”, una actitud moderna que reduce todo —incluido el entorno natural— a mera utilidad. Bajo esta lógica, los árboles no son seres vivos con valor propio, sino "recursos" que deben ser explotados. La montaña es cantera. El río es canal. La vida es mercancía. Y ese tocón gigante, convertido en pedestal para la fotografía, simboliza este paradigma de dominación.

Pero… ¿es eso realmente progreso?

Cuando destruir se convierte en conquista

Lo que en 1899 fue orgullo, hoy puede verse como una tragedia ambiental. Esa escena captura una desconexión profunda con la naturaleza. Es la celebración de una victoria mal entendida: la victoria sobre aquello que nos da vida.

Muchas culturas originarias —desde los pueblos nativos norteamericanos hasta comunidades indígenas en América Latina— ven a los árboles como seres sagrados, portadores de sabiduría, ancestros vivientes. Talarlos sin conciencia es romper un vínculo espiritual con la Tierra. Es también, simbólicamente, rompernos a nosotros mismos.

Una metáfora de nuestra época

La tala del árbol gigante es más que un acto físico. Es una metáfora de la modernidad. De cómo destruimos en días lo que la naturaleza construyó en siglos. De cómo priorizamos la prisa sobre la paciencia, la utilidad sobre el significado, el consumo sobre el cuidado.

Vivimos en una era marcada por el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la crisis ecológica global. Y, en parte, todo comenzó con decisiones como esa. Derribar árboles milenarios sin medir las consecuencias fue abrir un camino que nos ha llevado al borde del abismo.

El papel de la filosofía frente a la crisis ambiental

Desde una mirada filosófica, esta imagen de 1899 nos obliga a preguntarnos:

  • ¿Qué tipo de mundo queremos construir?
  • ¿Qué significa realmente vivir bien?
  • ¿Es posible un progreso que no implique destrucción?

La filosofía nos enseña a pensar más allá de lo inmediato. A mirar con profundidad, a preguntarnos por el sentido de nuestras acciones. Cuidar un árbol, entonces, no es solo un gesto ecológico: es un acto filosófico. Es afirmar que la vida, en todas sus formas, tiene un valor que va más allá de su utilidad económica.

Elegir el ser por sobre el tener

Frente a la cultura de lo desechable, de lo rápido y lo rentable, preservar un árbol es una forma de resistencia. Es elegir la vida sobre el consumo, la paciencia sobre la explotación, el ser por encima del tener. Es entender que la naturaleza no está ahí para ser dominada, sino para ser compartida.

En esa vieja fotografía hay una advertencia, pero también una oportunidad. No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos aprender de él. Y tal vez, si lo hacemos con humildad, podamos reencontrarnos con nuestras raíces… antes de que sea demasiado tarde.

Reflexión final: el legado de un árbol caído

Ese tocón gigante que aún hoy existe, si no ha sido devorado por el tiempo, es testimonio de una época y de una elección. La historia que cuenta no está cerrada. Porque lo que hagamos hoy con nuestros bosques, nuestras montañas y nuestros ríos, también será fotografiado. También será observado en el futuro.

La pregunta es: ¿qué querrán ver quienes miren nuestras imágenes dentro de 100 años?

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