Una pregunta simple, aparentemente inocente, que puede encerrar todo el sentido de nuestra existencia. Un anciano de 80 años la repite una y otra vez a su hijo adulto, y con cada repetición, el hijo pierde la paciencia. Pero lo que sucede después revela algo profundo y olvidado: una verdad sobre el amor, el tiempo y la gratitud. Una historia de padres e hijos que vale la pena leer.
Historia : El cuervo y la memoria, una lección filosófica sobre el amor de un padre a un hijo
Un señor de 80 años estaba sentado en el sillón de su casa junto a su hijo, que tenía 45 y una buena educación universitaria. De pronto, una parvada se posó en la ventana.
El papá preguntó:
— ¿Qué es eso?
El hijo respondió:
— Es un cuervo, papá.
Unos minutos después, el papá volvió a preguntar:
— ¿Qué es eso?
El hijo contestó, un poco más cortante:
— ¡Es un cuervo, ya te lo dije!
Al rato, por tercera vez, el papá preguntó:
— ¿Qué es eso?
Esta vez, el hijo ya se notaba fastidiado:
— ¡Papá, es un cuervo! ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
Más tarde, el padre preguntó por cuarta vez:
— ¿Qué es eso?
Y el hijo, molesto, levantó la voz:
— ¡¿Por qué insistes tanto con la misma pregunta?! ¡Ya te dije varias veces que es un cuervo! ¿No entiendes?
El padre se levantó, caminó hasta su habitación y volvió con un viejo cuaderno gastado. Se lo entregó a su hijo y le dijo:
— Léelo en voz alta, por favor, la página marcada.
El hijo bajó la mirada y leyó:
"Hoy, mientras estábamos sentados en la sala, mi hijo de 3 años me preguntó 23 veces seguidas qué era ese pájaro posado en la ventana. Y las 23 veces le respondí con cariño que era un cuervo. Lo abracé con ternura cada vez, feliz de ver su curiosidad y su deseo de aprender. No sentí molestia. Al contrario, me llenó de amor."
¿Por qué la diferencia de reacciones?
Cuando tus padres envejezcan, no los rechaces. No los trates como una carga. Es parte natural de la vida. Sé paciente, respetuoso, tierno. Ellos te dieron su todo cuando tú apenas descubrías el mundo. Ahora te toca a ti devolverles ese amor.
¿Por qué olvidamos lo que se nos dio sin medida?
El padre recuerda con amor la infancia del hijo. El hijo, en cambio, olvida la ternura con la que fue criado. ¿Qué ha pasado en ese trayecto entre la infancia y la adultez? ¿Dónde se perdió la empatía?
En filosofía, esta escena toca fibras que van desde la ética del cuidado hasta la memoria moral. La historia nos obliga a detenernos y preguntarnos: ¿somos coherentes con los valores que nos formaron? ¿Qué tipo de humanidad estamos construyendo si tratamos a nuestros mayores como cargas?
La filosofía del tiempo y el ciclo de la vida
Heráclito decía que todo fluye. Nada permanece igual. Y en esa corriente constante del tiempo, pasamos de ser hijos necesitados a adultos autosuficientes, y luego —si la vida lo permite— a padres o abuelos frágiles. Envejecer no es un error: es la consecuencia inevitable de vivir.
Desde esta mirada, la vejez no debe ser motivo de impaciencia, sino de respeto. Como decía Simone de Beauvoir en su ensayo La vejez, la sociedad niega la dignidad del anciano porque teme lo que representa: nuestra propia finitud.
El valor de la paciencia como virtud ética
La historia del cuervo no trata solo sobre olvidar o recordar, sino sobre practicar la virtud de la paciencia. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, hablaba de las virtudes como hábitos adquiridos mediante la repetición. La paciencia no nace con nosotros: se cultiva. Y no se cultiva con libros o discursos, sino con actos concretos, como contestar una misma pregunta más de una vez sin levantar la voz.
Cuando el amor se transforma en responsabilidad
La historia nos enseña algo crucial: nuestros padres no solo nos dieron alimento, abrigo y educación. Nos dieron tiempo, atención, ternura, incluso cuando no entendíamos nada del mundo. Devolverles eso no debería ser visto como un sacrificio, sino como un acto de justicia.
Martin Buber, filósofo existencialista judío, planteaba que la verdadera relación entre seres humanos es la relación “Yo-Tú”, donde el otro es visto como un fin en sí mismo, no como un medio. ¿Qué relación estamos manteniendo con nuestros padres cuando envejecen? ¿Los tratamos como sujetos dignos o como cargas molestas?
¿Y tú, cuántas veces respondiste con amor?
Tal vez esta historia no sea real. O tal vez lo sea. Pero eso no importa. Lo que importa es la verdad profunda que revela: el amor que dimos siendo padres merece ser devuelto cuando envejecemos. No se trata solo de deberes familiares. Se trata de humanidad, de memoria, de ética.
Y ahora, al final de esta lectura, vale la pena hacer una pausa.
¿Cuántas veces tus padres te respondieron con amor? ¿Cuántas veces lo hiciste tú?
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