lunes, 9 de junio de 2025

Argos, el perro que esperó 20 años a Ulises: Filosofía de la lealtad y la identidad

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Una historia de perros y héroes... Argos, el perro que reconoció a Ulises cuando nadie más pudo...

¿Puede un perro enseñarnos más sobre el alma humana que los propios dioses griegos?

En un mundo donde los rostros cambian, el tiempo borra memorias y hasta el amor se pone a prueba, hubo un ser que nunca olvidó. No fue un guerrero, ni un sabio, ni siquiera una diosa. Fue un perro. Su nombre era Argos. Su historia, narrada brevemente en el Canto XVII de la Odisea de Homero, se ha convertido en uno de los momentos más conmovedores de la literatura occidental. Pero más allá de la emoción, su historia encierra una profunda reflexión filosófica sobre la identidad, la fidelidad y el paso del tiempo.

La Odisea: una epopeya de regresos

Ulises —u Odiseo, en la tradición griega— no fue un héroe cualquiera. No tenía la fuerza de Aquiles ni la furia de Ajax, pero sí la astucia, la palabra y la voluntad. Tras la victoria en Troya gracias a su ingenioso caballo de madera, comenzó su viaje de regreso a Ítaca. Un viaje que, lejos de ser directo, se volvió una odisea literal: diez años enfrentando monstruos, dioses y tentaciones.

Cuando al fin llega a casa, Ítaca ya no es la misma. Tampoco lo es él. Lo que encuentra es una tierra tomada por pretendientes de su esposa, una reina que ha esperado demasiado, y un hijo que apenas lo recuerda. Para proteger su identidad, pide ayuda a Atenea, quien lo transforma en un mendigo. Así, recorre sus tierras sin ser reconocido.

La paradoja de la identidad

Aquí surge una de las preguntas más profundas de la filosofía: ¿quiénes somos si nadie nos reconoce? Para los griegos, la identidad no era sólo una cuestión de nombre o apariencia, sino de arete —virtud, carácter, honor. Ulises era Ulises no por su cara, sino por su esencia. Sin embargo, ni su esposa Penélope ni su hijo Telémaco lo reconocen a simple vista. Solo Argos, viejo, enfermo y abandonado en un rincón, logra ver más allá del disfraz.

Esto nos remite a otro dilema clásico: ¿depende la verdad de los ojos que la miran? Argos demuestra que no. Porque su vínculo con Ulises no necesitaba pruebas ni palabras. Lo reconoció por lo que era, no por cómo lucía.

Argos: la lealtad que sobrevive al tiempo

Argos había sido entrenado por Ulises en su juventud. Antes de marchar a la guerra, dejó al cachorro en Ítaca. Veinte años después, el perro aún vivía, aunque apenas podía moverse. En el relato homérico, cuando Odiseo se acerca a su antigua casa, Argos lo ve desde lejos. Se arrastra, agita la cola y, sin más, muere.

Su muerte no es una tragedia. Es una liberación. Argos cumplió su misión: ver a su amo regresar. Sólo entonces pudo morir en paz.

Este gesto es más que ternura canina. Es filosofía pura. El perro encarna una virtud que los humanos a menudo pierden: la fidelidad incondicional. Y más aún, representa el cierre de un ciclo. En palabras nietzscheanas, es un eterno retorno: la espera, el reconocimiento, el descanso final.

El silencio de Ulises y el dolor de la contención

Ulises no puede detenerse. Tiene que seguir fingiendo. No puede acariciar a su perro ni hablarle. Solo llora. Y este llanto, contenido pero profundo, nos revela el costo humano del deber. La escena entre ambos es mínima en palabras, pero infinita en significado. Habla del sacrificio, del amor callado, de la pena que no se puede compartir.

El filósofo Emmanuel Levinas hablaba del rostro del otro como aquello que nos interpela éticamente. En este caso, fue el rostro de un perro lo que sacó a la luz la humanidad de un héroe disfrazado.

Más allá de la anécdota: ¿qué nos dice Argos hoy?

En una era donde todo se mide en resultados, donde la lealtad parece un concepto viejo y el tiempo nos arrastra sin pausa, Argos nos recuerda que hay vínculos que ni el olvido ni los disfraces pueden romper.

  • ¿Quiénes son nuestros Argos?
  • ¿A quién hemos esperado por años sin renunciar?
  • ¿Y cuántas veces no supimos reconocer al otro por mirar solo la superficie?

Conclusión: el perro como espejo del alma

La historia de Argos no es un simple relato tierno. Es un recordatorio de que, incluso en medio de la guerra, la pérdida, el cambio y el olvido, existe algo incorruptible: el amor que no necesita explicación. El que reconoce, aún sin ver. El que espera sin preguntar. El que muere, pero solo después de cumplir su promesa.

Así, el viejo perro nos ofrece una lección eterna. Y quizás, entre todas las criaturas de la mitología griega, Argos fue el más sabio de todos.

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